El diseño central está dominado por una gran flor, cuyo pétalos, en una paleta que va del anaranjado intenso al amarillo cálido, se abren con una vitalidad contenida. El contorno de la flor, definido por las gruesas líneas de plomo, no es rígido; en su lugar, sigue una forma orgánica y fluida que evoca el movimiento de los pétalos al desplegarse. Esta flor está coronada por hojas verdes que acentúan su crecimiento vertical y su conexión con el mundo vegetal. La composición es equilibrada y armónica, una muestra de la delicadeza modernista.

Lo que realmente dota a esta pieza de su carácter es el uso del vidrio. Los fondos, de un tono grisáceo y sutilmente texturizado, permiten que la luz se difunda de manera suave, creando una atmósfera etérea y poniendo de relieve el protagonismo de la flor. La luz, al filtrarse a través de los vidrios de colores, proyecta un brillo cálido y luminoso, transformando el espacio circundante. La ausencia de detalles figurativos en el fondo hace que la atención se centre por completo en la belleza de la flor y la pureza de sus formas.

Este vitral, inspirado en los motivos florales modernistas, es un testimonio de la eterna fascinación por la naturaleza y de la habilidad de los artesanos para capturar su esencia en un material tan noble como el vidrio. Es una ventana que no solo permite el paso de la luz, sino que también la colorea y la moldea, convirtiendo un elemento arquitectónico en un lienzo de luz y color, una celebración de la belleza orgánica y del espíritu artístico que definió el Modernismo.